Mientras en México nos seguimos distrayendo con los pleitos poselectorales, los verdaderos problemas se nos están metiendo por la aduana y nos están cerrando las puertas desde afuera. Este 4 de junio, Donald Trump, presidente de los todopoderosos Estados Unidos, cumplió su amenaza y aplicó un arancel del 50 % al acero mexicano. Medio siglo después del libre comercio, regresamos a los castigos de la Guerra Fría. Este señor nomás no entiende…
No es un gesto simbólico: es una bofetada económica con nombre y apellido. Afectará de lleno a nuestras exportaciones industriales, muchas de las cuales están enclavadas justo en esta frontera. Mire, la latita de la chela ya le va a salir más cariñosa.
Mientras tanto, el gobierno federal minimiza el impacto, pero la realidad es contundente: nuestra incapacidad para diversificar la economía nos tiene de rodillas ante los caprichos de Washington. ¿Dónde quedó la “soberanía productiva”?
En la misma fosa donde enterramos el T-MEC bien negociado. Pero eso no es todo, ¡hay más!
A nivel local, otra bomba de tiempo empieza a estallar: un nuevo trámite aduanal —cargado de burocracia, lentitud y errores de implementación— pone en riesgo 140 mil empleos en Juárez. Sí, ciento cuarenta mil. Casi una cuarta parte de toda la fuerza laboral formal de esta ciudad depende directa o indirectamente de ese movimiento diario de mercancías que ahora está siendo entorpecido por decisiones federales absurdas, disfrazadas de “modernización”.
Mientras las empresas luchan por sobrevivir a la crisis, el gobierno inventa obstáculos en lugar de facilitar soluciones. Lo llaman “regularización”, pero huele a sabotaje económico institucionalizado. ¿Cuántos negocios deben cerrar para que entiendan que el empleo no es un lujo, sino la columna vertebral del país? Y que es muy diferente vivir en frontera que estar sentados en un escritorio en el centro del país.
Y para cerrar el combo, el INEGI confirma que la economía mexicana sigue desacelerándose. No es un bache, es una cuesta abajo sostenida. Producción a la baja, consumo débil, inversión congelada. Y en lugar de generar certezas, lo único que brota desde el poder son slogans y promesas sin respaldo.
Mientras el mundo avanza hacia la recuperación pospandemia, nosotros seguimos atrapados en el círculo vicioso de bajo crecimiento, alta informalidad y nula productividad. El modelo económico actual no solo fracasó: es un cadáver que se niegan a enterrar.
La economía no se corrige con propaganda ni se protege con decretos. Se cuida con reglas claras, estímulos reales y coordinación entre niveles de gobierno. Algo que, hoy por hoy, parece estar en vías de extinción.
Porque si seguimos así, no serán solo los empleos los que estarán en riesgo. Será el tejido social completo de esta ciudad.
EPÍLOGO: el aterrizaje forzoso que viene
Aranceles que estrangulan, empleos que se esfuman y una economía que se apaga. El “milagro mexicano” siempre fue un espejismo, y ahora toca pagar la factura. Lo peor no es la crisis, sino la terquedad de seguir aplicando las mismas recetas que nos llevaron al desastre.