Ciudad Juárez llora por las lluvias, pero no solo por el agua que cae del cielo. Se contabiliza que más de 60 casas fueron declaradas con pĂ©rdida total tras las torrenciales precipitaciones que azotaron principalmente la zona norponiente. Familias enteras lo perdieron todo: muebles, ropa, documentos, recuerdos. La lluvia no perdona, pero lo que duele no es el agua… es el abandono.
Y mientras la ciudadanĂa responde —como siempre— con empatĂa, llevando vĂveres, cobijas, ropa, aparece el otro rostro de Juárez: el de los farsantes. Esos que, con voz quebrada y una hielera en mano, dicen que todo es para los damnificados, pero terminan vendiendo lo recolectado o almacenándolo en alguna bodega “por si despuĂ©s se ofrece”.
Los vimos en pandemia, en incendios, en temblores, y aquĂ están otra vez: haciendo negocio con la desgracia. AsĂ que tenga cuidado con quiĂ©n envĂa su ayuda; no se deje embaucar por estos buitres que se disfrazan de altruistas para robar lo que la sociedad dona.
Lo que no vimos —ni vemos— es una estrategia de prevención. Años van y años vienen, y cada temporada de lluvias termina igual: techos colapsados, colonias inundadas, calles partidas y un largo desfile de funcionarios diciendo “estamos evaluando los daños”. Pues ya basta de evaluar. Que empiecen a actuar. La lluvia no es sorpresa; el desastre, tampoco.
Y si de ciclos repetitivos hablamos, otro texto sacudió conciencias este fin de semana: “Reaparecen decenas de cadáveres ya llorados”. Una noticia que pone el dedo en la llaga más profunda: los cuerpos que reaparecen en las morgues con nuevos nombres o simplemente sin nadie que los reclame. Vivos que fueron dados por muertos, muertos que nunca se fueron, madres que llorarán dos veces.
Lo que se nos vino encima no es solo una crisis de seguridad. Es una crisis de identidad. El paĂs —y especialmente Chihuahua— parece haber perdido la capacidad de reconocer a sus propios hijos. Y cuando ni el Estado ni la sociedad saben quiĂ©n está desaparecido, quiĂ©n fue enterrado, quiĂ©n sigue esperando, es porque se ha normalizado lo intolerable. Cada hueso reencontrado es un golpe más a familias que creyeron en versiones oficiales. La pregunta es brutal: Âżcuántos más faltan por “reaparecer”?
Y por si algo faltaba en esta cadena de injusticias, un nuevo dato del horror: niñas de 11 años dando a luz en Chihuahua. Historias de embarazo infantil que no son noticia de excepciĂłn, sino rutina burocrática. “Fueron casos consentidos”, dicen algunas autoridades, como si a los once años una niña supiera siquiera lo que significa consentir. No, señores. Eso se llama abuso. Y si ocurre en serie, se llama tragedia institucional.
Donde faltan escuelas, sobran violadores; donde el sistema de protecciĂłn colapsa, crecen las cunas en cuerpos que aĂşn deberĂan estar jugando. Esto no es “problema social”: es crimen organizado contra la infancia.
EPĂŤLOGO: EL PAĂŤS QUE REVICTIMIZA
Desastres que son negocio para vividores, muertos que resucitan en estadĂsticas, y niñas obligadas a ser adultas. MĂ©xico no necesita más diagnĂłsticos: necesita dejar de monetizar el dolor.
Que no nos acostumbremos. Que no nos dĂ© igual. Porque entre tanta lluvia, tanto silencio y tanta omisiĂłn, Juárez y Chihuahua están aprendiendo a vivir con el dolor… cuando deberĂan estar peleando por erradicarlo.