Veamos quĂ© tan cuerera es la chucha. AsĂ, sin rodeos, porque ayer las autoridades municipales anunciaron que ahora sĂ, las patrullas de Seguridad PĂşblica deberán pasar la verificaciĂłn ecolĂłgica como cualquier otro ciudadano. DespuĂ©s de años de circular humeando como locomotoras del siglo XIX, resulta que por fin les entrĂł la prisa por limpiar el aire… o al menos por simular que les importa. Eso sĂ, no porque hayan escuchado al ciudadano, sino porque la presiĂłn polĂtica, el reglamento y la vergĂĽenza ajena los están alcanzando.
QuĂ© ironĂa, Âżno? La autoridad que multa por contaminaciĂłn contaminaba con placa oficial. Y ahora que necesitan billullo, se ponen verdes… pero de pánico, no de conciencia ambiental. Bien por esta medida, aunque llega con el clásico retraso institucional que ya es marca Juárez. La pregunta que queda en el aire —además del smog, claro— es: Âży los camiones urbanos, esos ChernĂłbiles sobre ruedas, para cuándo? Porque mientras una patrulla se tunea con catalizador, hay unidades del transporte pĂşblico que siguen soltando hollĂn como dragones furiosos. La doble moral tambiĂ©n contamina.
En otro frente, el encarecimiento de la obra residencial en Ciudad Juárez vuelve a mostrar lo desigual de nuestra economĂa. AquĂ, edificar una casa cuesta hasta 14 % más que el promedio nacional. Los materiales están por las nubes, los terrenos valen como si fueran en San Diego, California y, al final, lo Ăşnico que se construye son departamentos de 60 metros cuadrados que venden como si fueran mansiones. No porque las construcciones sean de lujo, sino porque entre la inflaciĂłn, la escasez de mano de obra especializada y los márgenes inflados, la vivienda se ha vuelto un lujo imposible para el trabajador comĂşn. La paradoja es cruel: en la ciudad donde más se ensambla para exportar, menos se puede construir para habitar.
Y si en las orillas se encarece el cemento, en el corazĂłn del Centro HistĂłrico se trafica con lo más sagrado: personas. Esta semana se detectĂł un probable caso de trata de mujeres ofertadas en redes sociales, una práctica tan brutal como moderna. Lo peor de que esto pase —porque desgraciadamente ya sabemos que Juárez es un infierno para muchas mujeres— es que las autoridades siempre parecen enterarse hasta que el escándalo es inevitable. Ya no se necesita un burdel escondido ni una esquina sospechosa: basta un celular, una red social y la impunidad de siempre. Las autoridades prometen investigar, pero todos sabemos que ese “investigar” suele ser sinĂłnimo de dejar que el tiempo lo borre todo. Y mientras tanto, las vĂctimas se siguen sumando a la estadĂstica invisible.
EpĂlogo: ÂżLas patrullas que contaminen menos protegerán más?
Juárez quiere ponerse en regla, aunque sea a empujones. Que las patrullas pasen la verificaciĂłn es sĂmbolo de un cambio tardĂo, como cuando el que nunca se baña de pronto compra jabĂłn. Pero si queremos una ciudad habitable, hace falta más que parches: hay que limpiar el aire, el transporte, la justicia y la moral pĂşblica. Porque no hay verificaciĂłn que alcance cuando el sistema entero está contaminado.