En el Centro Frontón México de la CDMX, el Partido Acción Nacional (PAN) desempolvó su imagen con un relanzamiento que prometía ser el renacer de un fénix azul: nuevo logo, fin de alianzas tóxicas y apertura a la ciudadanía, como si el partido hubiera descubierto el santo grial de la democracia.
El relanzamiento del PAN quiso presentarse como un nuevo comienzo, pero terminó pareciendo una reedición de lo mismo con una capa de pintura azul más brillante. La ceremonia, encabezada por Jorge Romero, fue todo menos inspiradora. En su discurso, el dirigente nacional sonó insípido, sin garra, sin narrativa y, para colmo, distraído: más de una vez interrumpió su mirada hacia el público para revisar los mensajes que le llegaban a su reloj digital.
Qué imagen tan lamentable: el timonel del PAN, supuestamente guiando el barco hacia 2027, más pendiente de su wristwatch que de los rostros en el auditorio. Si el cambio era para inyectar frescura, Romero lo diluyó con una presentación que recordaba más a una junta de condominio que a un manifiesto revolucionario. No hay metáfora más precisa del momento que vive el PAN: un partido que mira más las notificaciones que a su gente.
El evento intentó vender la idea de renovación, pero los rostros en el escenario y entre los aplausos traían un déjà vu político. Fichajes estelares: Beatriz Pagés, la ex priista que saltó al PAN con su bagaje de críticas al viejo régimen; Fernando Belauzarán, el experredista que trae su experiencia en temas sociales para maquillar el conservadurismo azul; Guadalupe Acosta Naranjo, otro perredista reciclado que añade peso a la facción social; y Enrique de la Madrid, el hijo del expresidente que llega con su pedigree económico para atraer al empresariado desencantado.
Qué fichaje tan oportunista: estos “refuerzos” son como agregar especias a una sopa vieja; dan color, pero no cambian el caldo. El problema es que, si se trata de reinventarse, quizá no sea buena idea volver a reclutar a los mismos que ya pasaron por otras casas políticas con idénticas promesas.
Aunque el discurso está sobre la mesa —“reconectar con la sociedad”, “defender la democracia”, “regresar a los valores ciudadanos”—, los críticos subrayan que muchos dentro del partido siguen siendo los mismos rostros de siempre. Y no es una crítica menor. Si el PAN busca convencer a una generación desencantada con la política, no puede hacerlo con la misma plantilla de figuras que, por décadas, han ocupado sillas diferentes con resultados similares. En política, la coherencia es una moneda escasa, y Acción Nacional no parece dispuesto a invertir en ella.
El escepticismo crece porque el relanzamiento parece más un lavado de cara que una cirugía reconstructiva: el mismo PAN que perdió 2024 por diluirse en alianzas ahora promete independencia, pero con los mismos estrategas que no supieron leer el pulso del electorado.
Ahora bien, sería injusto decir que el relanzamiento fue un fracaso total. No lo es. En redes sociales, las métricas muestran una ligera mejora: el sentimiento positivo hacia el PAN pasó de aproximadamente 50 % en junio de 2024 a casi 60 % en octubre de 2025. Puede ser el efecto efímero de la novedad, o quizá el reflejo de que, pese a todo, una parte de la ciudadanía sigue buscando una alternativa al dominio morenista. Es un salto, sí –de la apatía a un interés tibio–, pero superficial: el 40 % restante sigue viendo al partido como reliquia.
Pero los números digitales no votan. La verdadera renovación no está en los eslóganes ni en los foros, sino en la capacidad de volver a conectar con las causas ciudadanas. Y eso no se logra con discursos tibios, ni con dirigentes que parecen más pendientes de su smartwatch que del país que pretenden rescatar.
En el fondo, este relanzamiento es un grito de auxilio disfrazado de renacer: el PAN, que en 2024 vio a Morena arrasar con 52 % de los votos nacionales, necesita desesperadamente un lavado de imagen para 2027, donde las intermedias y locales serán un termómetro de supervivencia.
Si el PAN quiere resucitar, primero debe aceptar que su problema no es de imagen, sino de sustancia. Porque cuando el problema es la receta, no sirve de nada cambiar la etiqueta.
 
				 
															 
								 
								 
								




