México presumió ayer un crecimiento del 6.5% en las exportaciones hacia Estados Unidos. Una cifra que, a primera vista, llena de orgullo: récords de envíos, maquiladoras trabajando a toda marcha y un comercio bilateral que parece inquebrantable. Sin embargo, detrás de la estadística se esconde la misma historia de siempre: ¿y las pequeñas y medianas empresas?, ¿y los proveedores locales que deberían estar surtiendo a las gigantes de la manufactura?
En Chihuahua, donde el 99% de las empresas son PyMEs, según la Secretaría de Economía, generan el 52% del empleo, pero reciben migajas: menos del 10% de los apoyos federales llegan a ellas. Mientras tanto, las maquilas dependen de insumos importados, y los aranceles de Trump –25% a productos no enlistados en el T-MEC, desde febrero– amenazan con encarecerlo todo.
El discurso oficial celebra que las exportaciones crecen, pero poco se habla de que la gran mayoría de esas ventas son resultado de cadenas globales donde México es ensamblador, no protagonista. Las PyMEs mexicanas siguen sin un programa serio que las vincule con las maquilas, sin acceso real a financiamiento competitivo y sin capacitación suficiente para integrarse en la cadena de proveeduría. ¿De qué sirve presumir que exportamos más si el valor agregado nacional sigue siendo mínimo?
La verdadera oportunidad está en que los tornillos, empaques, uniformes, transportes y servicios que consumen las maquilas se fabriquen y se contraten en México. Pero eso no pasa. Y no pasa porque no hay política pública consistente ni estrategia de largo plazo. Crecemos, sí, pero seguimos siendo maquila de maquilas. Un país que presume cifras, pero no fortalece sus raíces productivas.
Del terreno económico pasamos al político, con el autodestape del senador Mario Vázquez como aspirante a la gubernatura de Chihuahua en 2027. El anuncio no sorprende: en este país, cualquier político que respira ya se siente presidenciable o, en su defecto, candidato a gobernador. Lo que sí sorprende es la falta de autocrítica.
Preguntémonos: ¿qué ha hecho Vázquez como senador? ¿Cuántas iniciativas presentó? ¿Cuántas logró aprobar? ¿Qué gestión real ha tenido para mejorar la vida de los chihuahuenses? Si no puede presumir resultados claros desde una curul, ¿con qué cara pide la confianza para encabezar el Ejecutivo estatal?
Desde su curul, que ocupa desde 2021 como diputado local y desde 2024 como senador, sus logros son más bien discretos. Según el Sistema de Información Legislativa, Vázquez ha presentado 47 iniciativas hasta agosto de 2025, de las cuales solo 9 han sido aprobadas –un 19% de efectividad–, enfocadas en temas como transparencia en obra pública y ajustes menores a leyes de salud.
¿Sus grandes aportaciones? Puntos de acuerdo para pedir más presupuesto al campo y exhortos en materia de seguridad. Suenan bien, pero no cambian la realidad de Chihuahua, donde las extorsiones repuntaron en julio y agosto. Analíticamente, su historial no grita “gobernador”; grita “funcionario cumplidor”. Persuasivamente: señor Vázquez, si no puede destacar en el Senado –donde sus iniciativas duermen el sueño de los justos–, ¿qué le hace pensar que podrá con un estado donde los problemas del día a día son más desafiantes que un pleno en el Congreso?
Es un mal recurrente de la política mexicana: saltar de puesto en puesto como si fueran casillas de Monopoly, sin cerrar ciclos ni rendir cuentas. La lógica es simple: lo importante no es servir, sino seguir vigente. Pero la pregunta de fondo es otra: si no pudo con la chamba de senador, ¿qué lo hace creer que podrá con la de gobernador? Chihuahua no necesita más políticos de aspiración eterna, necesita servidores con capacidad probada y visión real.
Y mientras las élites políticas se reparten candidaturas y las cifras macroeconómicas presumen récords, en Ciudad Juárez avanza un problema silencioso y devastador: 68 suicidios en apenas seis meses. Una cifra que no debería pasar inadvertida, pues significa un aumento del 13% respecto al mismo periodo de 2024. No se trata de números: se trata de personas, de familias rotas, de entornos devastados.
La Organización Mundial de la Salud advierte que, para 2030, la depresión será la principal causa de muerte por suicidio en el mundo. Esa no es una predicción lejana; ya es una realidad que asoma en nuestras ciudades. Y, sin embargo, ¿qué se está haciendo desde los gobiernos o la iniciativa privada para detener esta ola? ¿Dónde están las campañas de prevención? ¿Dónde los programas de acompañamiento psicológico en escuelas, empresas y comunidades?
Existen campañas tibias como Estás a Tiempo, con líneas de atención como el 911 y folletos en hospitales, pero sus alcances son limitados: solo el 3% de las llamadas al 911 por crisis emocionales derivan en una intervención real. La iniciativa privada, por su parte, ofrece poco más que talleres en maquilas y charlas de motivación que no llegan a las colonias más vulnerables, como Anapra o El Sauzal.
Lo alarmante no es solo la cifra, sino la indiferencia. En un entorno como Juárez, donde la violencia cotidiana ya normalizó la pérdida de vidas, la tragedia del suicidio corre el riesgo de invisibilizarse aún más. Y no podemos permitirlo.
Es momento de entender que la salud mental no es un tema secundario ni de élite: es un asunto de seguridad pública, de productividad, de vida en comunidad. El reto es mayúsculo: invertir en programas reales, no en spots; abrir espacios de escucha y atención, no oficinas burocráticas. Si seguimos mirando hacia otro lado, en unos años estaremos lamentando no haber actuado cuando aún había tiempo.